Apuntes sobre Lima
La Gran Ciudad
de los Reyes, fundada el 18 de enero de 1535 por Francisco Pizarro, es
una de las ciudades más importantes del Perú que alberga a la tercera parte de
la población peruana, además de concentrar el mayor porcentaje de las actividades
económicas y financieras del país. Esta característica hace, por un lado, que
la capital se erija como un centro de atracción para los provincianos
diseminados en todo el territorio nacional, y por otro, que su demografía en
sus 41 distritos aumente, albergando así
a un promedio de 8 millones de habitantes.
Vale agregar que
desde su fundación hasta el momento ha ido creciendo desordenadamente. Ello nos hace pensar que
quienes estuvieron a cargo de su administración desde su nacimiento hasta hoy
no planificaron el crecimiento de una metrópoli ordenada y segura ni a corto ni
a mediano plazo, lo que ha generado el aumento de los males sociales,
imposibles de controlar en estos tiempos. Y mientras los capitalinos sigan
contemplando cómo un sinnúmero de mozalbetes carteristas desvalijan a sus
víctimas, Lima seguirá monitoreada por las cámaras de última generación que no
hacen sino aumentar el número de paranoicos en las calles de la ciudad. Una
investigación realizada por el Instituto de Opinión Pública de la Universidad
Católica del Perú en el 2014 sobre inseguridad y percepción de inseguridad en
Lima explica que inseguridad y victimización son los principales problemas del
país. El estudio revela que 5 de cada 10 habitantes (51.1%) se siente inseguro;
y en la Segunda Encuesta Metropolitana de Victimización, realizada en el 2012, reporta
que un 70.2% de personas perciben a Lima como una ciudad muy insegura.
Sintetizando, los limeños se sienten inseguros al caminar por cualquier calle
de la ciudad, sin importar las horas del día, dadas las distintas modalidades
delictivas: atracos, robos, asaltos, muertes con arma de fuego, violaciones,
entre otros males.
Pese a todos sus males, la capital sigue siendo un lugar atractivo lleno
de posibilidades para los provincianos. ¿Y cómo se distribuyen las actividades laborales
de los limeños? Buena parte de la
población se desempeña como taxista,
comerciante, carpintero, gasfitero, grifero, albañil, ebanista, entre otros
oficios. Otros prestan sus servicios profesionales
en instituciones públicas y privadas. Otros en cambio suben a los buses a
vender golosinas, a cantar, a pedir propina, a vender sebo de culebra “que cura
todas las dolencias”. Otro grupo vive en los suburbios, enfrentándose al hambre
cada día, ya que no tiene otra alternativa, sino la de dirigirse a los grandes basurales
en busca de algo que aún se pueda
aprovechar. Allí el aire es maloliente,
putrefacto, lleno de moscas y gusanos en donde deben competir con perros callejeros que también buscan
alguito que comer. Así se muestran los suburbios limeños que muchos provincianos
tanto añoran y persiguen para “superarse”. Finalmente, encontramos a la élite: los que gobiernan este
país, autoridades, congresistas, empresarios, quienes a pesar de tener lo
suficiente, aspiran a tener más.
Claro está que frente a las carencias económicas que atraviesan las
familias más pobres, el gobierno no asume su papel preponderante. Por el
contrario, asistimos a una situación deprimente, acompañada del olvido y la apatía.
No se puede tolerar la desigualdad e injusticia social cuando un niño, de una
familia pobre, va a la escuela tomando apenas una taza de té y un pan; a
la hora del almuerzo le espera un plato de arroz con huevo frito; y por la
noche, una taza de café y un pan. Quizá no falte quien sustente que los
desayunos escolares resuelven la miseria, o que nadie obliga a los pobres
que se multipliquen si no cuentan con los medios para su manutención. Ni
siquiera eso debe consolarnos, ya que en algunos casos los alimentos para los
niños del colegio llegan acompañados de potentes raticidas como lo sucedido Cajamarca
en el 2011.
Así, para
quienes defienden el modelo económico asumirán que no hay modelo perfecto, lo
importante es que funciona; sin embargo, para quienes experimentan la realidad y
lo sienten como tal pueden explicar con claridad y certeza que dicho modelo muestra serios desajustes que merecen
superarse. Bajo esta experiencia práctica, es un sinsentido vanagloriarse de
que somos un país con mayor crecimiento económico en Sudamérica, cuando la
deuda interna sigue su curso. Mientras tanto, los pobres vivirán escuchando frases
esperanzadoras, pensando en que los futuros gobiernos cambiarían la historia de
sus vidas. Sinteticemos: los pobres dejarán de serlo cuando se alejen de ese sueño llamado
ignorancia y sigan trabajando como siempre. No es necesario tanto análisis, nos
basta con los resultados. Cada quien vive como puede, con sus costumbres,
con su ideología y con su credo. En consecuencia,
esperar que los políticos cumplan con sus promesas de campaña es una utopía, ya
que todo obedece y se mueve en función de la defensa del modelo, cuyos
intereses son más grandes que cualquier otro proyecto.
Así, la política
resulta un negocio rentable que nadie se atreve a confirmarlo, sin embargo, mientras
Don Santos se enseba al estilo Pascual; Enrique y Efraín tienen que vérselas en los basurales para poder
sobrevivir, o tal vez dejarse morir mientras espera la benevolencia de los
burócratas. Esa injusticia social y todos los demás ingredientes que se
puedan agregar a un ser “racional” vive entre nosotros, expresada en esta frase:
aquellos que no tienen nada lo quieren todo;
y quienes lo tienen todo quieren más. Recuerdo que en la primera mitad
del siglo XX, incluso hasta la década de los ochenta se pensaba que los
movimientos de izquierda aliviarían el gran escollo; pero ya estamos en pleno
siglo XXI, y parece que está bastante lejos de lograrse. Las propuestas no han
sido convincentes para las grandes masas, por lo que no han llegado a gobernar
el país, y si lo han hecho desde el legislativo o de algún gobierno local o regional,
en la realidad concreta de los hechos no hemos avanzado en absoluto.
Un último
aspecto a considerar es el crecimiento demográfico de la metrópoli que avanza y
se puede explicar por el mismo hecho de que Lima sigue siendo la ciudad
centralista que alberga a los mejores centros
de estudios de todos los niveles, además de concentrar a instituciones
financieras muy sólidas, los mejores centros salud, centros de producción
textil y tecnología de punta. Sin embargo, lo que no se
planificó fue su crecimiento producto de la migración del campo a la ciudad,
sobre todo en la primera mitad del pasado siglo. Ello explica por qué familias invaden los espacios “libres” en los
arenales o en los cerros en donde construyen sus chozas de esteras, palos y
plásticos. Y como nadie atiende a sus necesidades bloquean las pistas, queman
llantas, atacan a la propiedad privada, a fin de que las autoridades les
instalen los servicios básicos, situación que cada año modifica las
estadísticas. Sumado a estos hechos, la ciudad se congestiona, las demandas
y conflictos aumentan, crece el comercio ambulatorio; el contrabando, la
prostitución y la drogadicción avanzan; aparecen las bandas de extorsionadores
y delincuentes que se multiplican y distribuyen por todas partes.
En síntesis, Lima es la ciudad de las
oportunidades, pero también del cinismo, del olvido, del racismo y una serie de
males sociales. Y para equilibrar un poco el asunto se necesita de un gobierno
cuya administración tenga un rostro humano, acompañado de líderes y autoridades
con capacidad de gestión para generar el bienestar de las personas.