domingo, 19 de febrero de 2012

LIMA NO ES EL PERÚ






Apuntes sobre Lima

La Gran Ciudad de los Reyes, fundada el 18 de enero de 1535  por Francisco Pizarro, es una de las ciudades más importantes del Perú que alberga a la tercera parte de la población peruana, además de concentrar el mayor porcentaje de las actividades económicas y financieras del país. Esta característica hace, por un lado, que la capital se erija como un centro de atracción para los provincianos diseminados en todo el territorio nacional, y por otro, que su demografía en sus 41  distritos aumente, albergando así a un promedio de 8 millones de habitantes.

Vale agregar que desde su fundación hasta el momento ha ido creciendo  desordenadamente. Ello nos hace pensar que quienes estuvieron a cargo de su administración desde su nacimiento hasta hoy no planificaron el crecimiento de una metrópoli ordenada y segura ni a corto ni a mediano plazo, lo que ha generado el aumento de los males sociales, imposibles de controlar en estos tiempos. Y mientras los capitalinos sigan contemplando cómo un sinnúmero de mozalbetes carteristas desvalijan a sus víctimas, Lima seguirá monitoreada por las cámaras de última generación que no hacen sino aumentar el número de paranoicos en las calles de la ciudad. Una investigación  realizada por  el Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica del Perú en el 2014 sobre inseguridad y percepción de inseguridad en Lima explica que inseguridad y victimización son los principales problemas del país. El estudio revela que 5 de cada 10 habitantes (51.1%) se siente inseguro; y en la Segunda Encuesta Metropolitana de Victimización, realizada en el 2012, reporta que un 70.2% de personas perciben a Lima como una ciudad muy insegura. Sintetizando, los limeños se sienten inseguros al caminar por cualquier calle de la ciudad, sin importar las horas del día, dadas las distintas modalidades delictivas: atracos, robos, asaltos, muertes con arma de fuego, violaciones, entre otros males.



Pese a todos sus males, la capital sigue siendo un lugar atractivo lleno de posibilidades para los provincianos. ¿Y cómo se distribuyen las actividades laborales de los limeños?  Buena parte de la población  se desempeña como taxista, comerciante, carpintero, gasfitero, grifero, albañil, ebanista, entre otros oficios. Otros  prestan sus servicios profesionales en instituciones públicas y privadas. Otros en cambio suben a los buses a vender golosinas, a cantar, a pedir propina, a vender sebo de culebra “que cura todas las dolencias”. Otro grupo vive en los suburbios, enfrentándose al hambre cada día, ya que no tiene otra alternativa, sino la de dirigirse a los grandes basurales en busca  de algo que aún se pueda aprovechar. Allí el aire es maloliente,  putrefacto, lleno de moscas y gusanos en donde deben competir con perros callejeros que también buscan alguito que comer. Así se muestran los suburbios limeños que muchos provincianos tanto añoran y persiguen para “superarse”. Finalmente,  encontramos a la élite: los que gobiernan este país, autoridades, congresistas, empresarios, quienes a pesar de tener lo suficiente, aspiran a tener más.  

Claro está que frente a las carencias económicas que atraviesan las familias más pobres, el gobierno no asume su papel preponderante. Por el contrario, asistimos a una situación deprimente, acompañada del olvido y la apatía. No se puede tolerar la desigualdad e injusticia social cuando un niño, de una familia pobre, va a la escuela tomando apenas una taza de té y un pan;  a la hora del almuerzo le espera un plato de arroz con huevo frito; y por la noche, una taza de café y un pan. Quizá no falte quien sustente que los desayunos escolares resuelven la miseria, o que nadie obliga a los pobres que se multipliquen si no cuentan con los medios para su manutención. Ni siquiera eso debe consolarnos, ya que en algunos casos los alimentos para los niños del colegio llegan acompañados de potentes raticidas como lo sucedido Cajamarca en el 2011.


Así, para quienes defienden el modelo económico asumirán que no hay modelo perfecto, lo importante es que funciona; sin embargo, para quienes experimentan la realidad y lo sienten como tal pueden explicar con claridad y certeza que dicho  modelo muestra serios desajustes que merecen superarse. Bajo esta experiencia práctica, es un sinsentido vanagloriarse de que somos un país con mayor crecimiento económico en Sudamérica, cuando la deuda interna sigue su curso. Mientras tanto, los pobres vivirán escuchando frases esperanzadoras, pensando en que los futuros gobiernos cambiarían la historia de sus vidas. Sinteticemos: los pobres dejarán de serlo cuando se alejen de ese sueño llamado ignorancia y sigan trabajando como siempre. No es necesario tanto análisis, nos basta con los resultados. Cada quien vive como puede, con sus costumbres, con su ideología y con su credo. En consecuencia, esperar que los políticos cumplan con sus promesas de campaña es una utopía, ya que todo obedece y se mueve en función de la defensa del modelo, cuyos intereses son más grandes que cualquier otro proyecto.

Así, la política resulta un negocio rentable que nadie se atreve a confirmarlo, sin embargo, mientras Don Santos se enseba al estilo Pascual; Enrique y Efraín tienen que vérselas en los basurales para poder sobrevivir, o tal vez dejarse morir mientras espera la benevolencia de los burócratas. Esa injusticia social y  todos los demás ingredientes que se puedan agregar a un ser “racional” vive entre nosotros, expresada en esta frase: aquellos que no tienen nada lo quieren todo; y quienes lo tienen todo quieren más. Recuerdo que en la primera mitad del siglo XX, incluso hasta la década de los ochenta se pensaba que los movimientos de izquierda aliviarían el gran escollo; pero ya estamos en pleno siglo XXI, y parece que está bastante lejos de lograrse. Las propuestas no han sido convincentes para las grandes masas, por lo que no han llegado a gobernar el país, y si lo han hecho desde el legislativo o de algún gobierno local o regional, en la realidad concreta de los hechos no hemos avanzado en absoluto.

Un último aspecto a considerar es el crecimiento demográfico de la metrópoli que avanza y se puede explicar por el mismo hecho de que Lima sigue siendo la ciudad centralista que  alberga a los mejores centros de estudios de todos los niveles, además de concentrar a instituciones financieras muy  sólidas, los mejores centros salud, centros de producción textil y  tecnología de punta. Sin embargo, lo que no se planificó fue su crecimiento producto de la migración del campo a la ciudad, sobre todo en la primera mitad del pasado siglo. Ello explica por qué  familias invaden los espacios “libres” en los arenales o en los cerros en donde construyen sus chozas de esteras, palos y plásticos. Y como nadie atiende a sus necesidades bloquean las pistas, queman llantas, atacan a la propiedad privada, a fin de que las autoridades les instalen los servicios básicos, situación que cada año modifica las estadísticas. Sumado a estos hechos, la ciudad se congestiona, las demandas y conflictos  aumentan, crece el comercio ambulatorio; el contrabando, la prostitución y la drogadicción avanzan; aparecen las bandas de extorsionadores y delincuentes que se multiplican y distribuyen por todas partes.


En síntesis, Lima es la ciudad de las oportunidades, pero también del cinismo, del olvido, del racismo y una serie de males sociales. Y para equilibrar un poco el asunto se necesita de un gobierno cuya administración tenga un rostro humano, acompañado de líderes y autoridades con capacidad de gestión para generar el bienestar de las personas.