lunes, 24 de junio de 2013

RAZÓN, FE Y CONOCIMIENTO: LA TRIADA ESFUMINADA




Universidad Nacional: ¿rumbo a la investigación científica o salvación a la miseria?

Antes de empezar, quisiera advertir que esta dilucidación surge teniendo como referente la fugaz estancia por distintos claustros universitarios nacionales a inicios del presente siglo; momento de plena dictadura fujimorista, revueltas, muertes, silenciamiento, “compra de medios”, expropiación de canales de televisión, entre otros males. Hablo desde un contexto en el que cada estudiante de nivel superior  tiene la responsabilidad y la obligación de sacar adelante a un país que se resiste a la dictadura, además de una fuerte crisis académica que a todas luces vapulea a cuanto estudiante ingenuo y timorato encuentra, producto de un nuevo orden mundial: el neoliberalismo y la globalización. En ese sentido, si partimos de que el término universidad se asemeja a universalidad de conocimientos de diversas materias, investigación y de proyección para enfrentar los retos del presente y del futuro, aunque este sea desconcertador y nos haga pensar que debemos mantenernos a la vanguardia y a la espera de no sé qué evento; aun así, también es cierto que mientras podamos solazarnos de un hermoso día de abril, hay que adelantarnos a los acontecimientos si queremos sobrevivir ante la eminente  vorágine. Además, consciente de que cada evento viene atizado por el vertiginoso avance científico tecnológico que termina deshumanizándonos, habría que pensar si quedarnos aquí o emigrar adonde la oscuridad no termine por enceguecernos más aún. Entonces, se podría estar pensando que la única forma de superar la enorme tara, que se apoderó de nosotros desde la época colonial, es contar con un elenco de estudiantes con espíritu progresista y una excelente formación académica universitaria pública, a fin de no ser aniquilados, y menos aún caer en una alienación irreversible. Sin embargo, los actores de la comunidad universitaria pública peruana atraviesan por una crisis endémica.
Para empezar, no encuentro consistencia entre lo que ofrece una universidad pública y lo que realmente recibe un estudiante que necesita enfrentar a un mercado cada vez más exigente y agresivo en pleno siglo XXI. Bajo este contexto, lo más notorio es que la mayoría de estudiantes se caracterizan por su estado de pasivismo y dejadez ante una serie de eventos que van mermando su capacidad de raciocinio. En ese sentido, si un estudiante con ayuda de sus mentores se forma con ciertas limitaciones en una determinada disciplina, obviamente, no podrá competir frente a otros que se adelantaron a la nueva ola, para quienes el contexto les resulta favorable y halagador. Como era de esperarse, ya en la primera mitad del siglo XX, José Carlos Mariátegui, de manera implícita, nos advertía que la tarde sucedería al albor de la Academia o que el Oscurantismo negaría al Renacimiento.
Además, si referimos al desgobierno del sistema universitario público, sobran razones como para asumir que si nadie pone orden, todo se desvirtúa, y dios nos libre del anarquismo. Creo que los jerarcas, al estilo clasista de la edad media, no han entendido o no quieren entender el verdadero sentido de la educación superior en el Perú. Para nadie es un secreto que el sistema universitario público ha venido surtiendo sus bemoles, acompañado de un estado, cuya organización se muestra como la vedete de la derrota que no hace sino dar vergüenza y lástima. ¿Será acertado decir que el sistema no funciona, porque la estructura bajo la cual se rige nuestro país tiene deficiencias? Ante esto, es menester ir urdiendo algún plan de contingencia antes de que el coloso pisotee y machaque habitaciones completas de guerreras diminutas. Pero si todo está tan claro, ¿por qué no evidenciamos ni la mínima luz en el fondo del túnel sabatesco o en la caverna de Platón?  ¿Habrá que cantar a todo pulmón -como quien canta el himno “somos libres”- que el sistema universitario público está en crisis para que se tome alguna decisión? ¿O no es rentable ocuparse del asunto?
Y otra vez, aparece el elenco de estudiantes universitarios que se vislumbran como sujetos cuyas mentes amnésicas fueron adormecidas a causa de los dardos recibidos bajo los efectos del mundo macondiano neoliberal en donde se quedaron fijadas y no tuvieron opción de desprenderse. Y por el mismo hecho de haberse lesionado de manera irreversible, hoy arrastran y llevan como herencia genética ese lastre que ni siquiera les permite inmutarse por la pesadez del estómago, producto de toda la inmundicia que recibieron. En consecuencia, solo buscarán un calificativo que le sea favorable no importa cómo. Pero no se olvide que puede aparecer alguno que “sabe aprovechar”, y puede, con plena libertad, elegir otra alternativa: permanecer en la universidad los años que le sea favorable en términos económicos, “haciendo política”.  Finalmente, después de haber bregado tanto- al estilo don Quijote en la Cueva de Montesinos- y luego de tanto ajetreo, obtendrá el ansiado diploma que le sabotea hacia la búsqueda y consecución de un trabajito que le permitirá sobrevivir y hacer frente a la “sana competencia”. Se infiere, entonces, que parte de esta población estudiantil muestra, una enorme cicatriz, adherida a la falta de convicción que avanza de manera geométrica. Así resulta fácil comprender por qué muchos jóvenes ni siquiera saben por qué están en la universidad, ya que ingresaron “por obra y gracia del espíritu santo” o por democracia. Esto nos conduce a hipotetizar la razón  de su descontento y de su constante migración ensayo-error por distintas facultades que ofrece la universidad, y quienes no logran su objetivo, a regañadientes, se ven obligados a terminar una carrera que jamás soñaron, o en su defecto la abandonan para siempre.
Vale la pena recordar que en tiempos antiguos, cada aprendiz acudía a la casa de la razón en busca de la verdad, aunque no hayamos comulgado lo mismo sobre el sentido del término, tampoco podemos negar que la universidad, desde sus orígenes hasta hoy, ha conservado y gozado de cierta brillantez pese a los grandes cambios de orden político, cultural: mundo Clásico- Medieval- Renacimiento…siglo XXI. Sin embargo, creo que la tríada razón, fe y conocimiento, hoy esfuminada, siempre fue un buen acicate como para pavonearnos de una etapa que- a mi parecer- aún tiene vigencia si quisiéramos ordenar el asunto. Desde esta perspectiva, se vislumbra un oscuro porvenir en numerosos sujetos que deambulan por las calles de las grandes ciudades con un cartapacio bajo la manga en busca de un trabajo digno, a quienes la universidad los tituló, quizá, sin medir las consecuencias.
Por ahora, planteémonos otra pregunta: ¿todos los docentes que “selecciona” la universidad pública cumplen los requisitos mínimos para sacar adelante a este país? Al respecto, nadie niega la brillantez del lenguaje - pensamiento y dilucidación con que salta al proscenio la pléyade que se dirige a un auditorio sediento de aprehender temas novedosos y útiles al mundo que les espera. Opuestamente a esta evidencia, tampoco es casual enfrentarse, sin razón, con aquellos seudocatedráticos que lograron acceder a un ambiente universitario, también “por obra y gracia del espíritu santo”. Estos son quienes amenazan a estudiantes por cualquier reclamo, enarbolan el catedratismo del que ni siquiera tienen idea; en resumen, son los encargados de generar el valor agregado de la mediocridad que avanza rápidamente en estas instituciones que el estado se pavonea de regentar.
Dadas las circunstancias “académicas”, los estudiantes timoratos dirán: “yo no me meto en problemas”. ¡Qué genialidad!  Es natural que esto ocurra en un ambiente de silencio, en donde los entes encargados de hacer justicia han perdido credibilidad. Curiosamente, la puerta sartreana sigue abierta para estos “catedráticos” que hacen su agosto, mientras los estudiantes timoratos se mantienen en zozobra y en espera de un octubre que llega pero sin ningún milagro. Entonces, cabe otra interrogante: ¿Será posible retomar la triada, o no será necesario en estos tiempos “tan modernos” sin modernidad? 

Pese a todo, se aguarda una especie de optimismo frente a las últimas medidas sobre la nueva Ley Universitaria, aunque no creo que cambie mucho el panorama. Si la medida no prospera, la universidad lamentablemente más se asemejaría a cuatro paredes en donde se pasa entre cinco y 20 largos años, para luego darnos cuenta que realmente no hemos aprendido mucho, por una simple razón: la mayoría de cursos que se recibió no resume la ecuación en estos tiempos de constante cambio. En tal caso, mantener instituciones académicas acéfalas solo ayudará a promoverlas como una alternativa de solución para llevar un título bajo el brazo, a fin de no quedarnos “sin profesión”; y si el diploma es útil, quizá sea como una alternativa de solución para no morirse de hambre.
Quienes entendemos la verdadera dimensión del asunto, sentimos la necesidad nostálgica de afirmar que atrás quedaron los años en que, por ejemplo, un Basadre, un Porras Barrenechea, un Luis  Valcárcel, un Luis Alberto Sánchez - hoy olvidados- aportaron y lucharon en demasía por su patria, pese  a verla patas arriba, en términos de Eduardo Galeano. O el hecho de contar con un autodidacta como Mariátegui nos fortalece más aún, pero somos conscientes de que no los volveremos a ver. Habrá que seguir alimentando y fortaleciendo los corazones de la esta juventud imberbe que en algún momento tomará las riendas y será responsable del destino de este país. Por ahora, debemos confiar en que luego de lograr el licenciamiento, la acreditación y la certificación, la universidad pública contará con la infraestructura suficiente, laboratorios de calidad, bibliotecas actualizadas y conectadas a nivel mundial, ambientes adecuados para la enseñanza - aprendizaje, profesionales de calidad a la altura de las exigencias de la sociedad contemporánea con su tan preciada competencia.
Pese a que no veo ni encuentro, menos aún propongo recetas para levantar la cerviz y reconstruir las torres gemelas; habrá que tener un poco de paciencia, de sentido común y buena voluntad para encontrar el horizonte en esta densa humareda. En ese sentido, creo que la universidad pública debe implementar una serie de medidas urgentes y drásticas que permitan la obtención de resultados óptimos dentro de un plazo no muy lejano. Obviamente esto no será un producto gratuito; se necesita a nivel nacional, en primer término, de autoridades que dejen de ser jefes y se conviertan en líderes académicos que persuadan a sus equipos de docentes, estudiantiles y administrativos, que los cambios son necesarios para seguir en carrera, y en segundo término, conformar un equipo de especialistas con experiencia en acreditación y certificación para lograr los cambios, caso contrario, habremos fracasado nuevamente.
En resumen, queda claro que la mayoría de actores de la comunidad universitaria pública peruana atraviesan por una crisis endémica. Pese a ello, y aunque no visualicemos claro el panorama, habrá que confiar en las autoridades competentes, docentes y alumnos que aún sobreviven dentro los claustros, ya que lo mínimo que se espera de ellos es que busquen una alternativa de solución en bien de la universidad pública y del país.