sábado, 25 de junio de 2016





¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN O INVOLUCIÓN SOCIOCULTURAL?

Los medios de comunicación de corte sensacionalista aumentaron en la década del 90, haciéndose conocidos por sus publicaciones que atentaban contra la ética periodística y violentaban, con mucha sutiliza, los principios de sus seguidores. Actualmente, pese a que han transcurrido más de tres quinquenios, algunos de ellos aún siguen operando bajo la denominada ley del libre mercado. Dicha herencia conduce a pensar que ciertos programas televisivos, radiales y diarios deberían clausurarlos, porque atentan contra la veracidad de los hechos, la objetividad, las buenas prácticas periodísticas y las buenas costumbres. Frente a esto, como es natural, distinguidas personalidades asumen que es la mejor opción para evitar el aumento de los males sociales y proteger el  derecho de las personas, educándolas para que sean mejores ciudadanos; en cambio, los hombres de prensa afirman que es un atentado contra la libertad de expresión. Sin embargo, si es evidente que el funcionamiento de un medio de comunicación social resulta lesivo para la mente humana, no habría por qué objetar su posible clausura por parte del estado.

Para empezar, si hablamos de la existencia de medios de comunicación social sensacionalista que violentan la norma, entonces es evidente que necesitamos de la presencia del estado como ente regulador que tutele los derechos fundamentales de las personas y sancione de manera ejemplar a quien corresponda. Es bueno recordar que los medios de comunicación sensacionalistas no son conocidos por la veracidad de la información que presentan, sino por la exageración, el racismo, la mentira camuflada y corrupción política, producto de los gobiernos coyunturales como es el caso del genocida de Alberto Fujimori. En ese sentido, quienes operen bajo esta práctica, deben hacerse acreedores de una sanción inmediata, a fin de ordenar el asunto, caso contrario, todo sigue su curso hasta la degeneración del ser humano. Si no hagamos un poco de memoria, durante régimen dictatorial fujimorista aparecieron los diarios chicha, caracterizados por el uso de temas irrelevantes para el país, atizados por una ola de mentiras como los monstruos de los cerros, las vírgenes que lloran, la tumba de Sara Helen, y una serie de mensajes televisivos distractores acompañados por el uso constante de voces con un lenguaje coprolálico y procaz que formó parte del léxico de chicos y grandes, mientras se privatizaba a la mayoría de empresas estatales, consideradas el motor de nuestra economía. Fue esa la fórmula perfecta para  “informar” y “culturizar” a la muchedumbre, quien tampoco reaccionó ante la ola de inmundicia que se disparaba por todos lados; por el contrario, fue en busca de más “novedades” que satisficieran sus “buenos hábitos”. Estos hechos precisan con mayor detalle en la encuesta realizada por la empresa CONCORTV, 2011, en la que se revela que el 89% de peruanos perciben mucha violencia y el 81% un trato discriminatorio en la radio y televisión.

Por otra parte, si todos los medios de comunicación conocen las reglas de juego para actuar dentro del ámbito territorial, cuya norma máxima es la Constitución Política del Perú, deberían dar el ejemplo con la emisión de programas culturales que ayuden a las personas; sin embargo, creo que no se avizoró que estábamos asistiendo al inicio de un auténtico saludo a la bandera. De no ser así entonces por qué bajo esa claridad, en la década del 90, varios medios periodísticos trasgredieron la norma, sacando al aire cierto tipo de programas lesivos para la mente humana: dramas pasionales con escenas de sexo, violencia, muerte y apoyo político a las autoridades de turno como era el caso de Rosy War y Laura Bozo quienes (según declaraciones de Montesinos en el 2002) alentaron públicamente la candidatura de Fujimori hacia el 2000. Conocido también es el  lanzamiento, por casi todos los canales televisivos, de la canción “el ritmo del chino” de propiedad de Alberto Fujimori (aunque se asume que fue el arequipeño Carlos Rafo el autor) que más adelante hizo cantar a la muchedumbre “el chino, chino, chino”. Además, según el diario La República, Fujimori ordenó a Montesinos la compra de “prensa chicha” para la reelección. (La República, 05 de mayo de 2011). Estos acontecimientos son pruebas suficientes como para inmutarnos y denunciarlos  públicamente, ya que constituyen hechos flagrantes; es por ello que tras una ardua investigación, el 8 de enero del  2015, la Cuarta Sala Penal Liquidadora sentenció al expresidente, Alberto Fujimori a ocho años de prisión por el delito de peculado, al haber autorizado el desvío de fondos  de las fuerzas armadas al servicio de inteligencia nacional (SIN), con el objetivo de comprar la línea editorial de los “diarios chicha” para que apoyen su segunda reelección en el año 2000 (Vargas, 2015).

Otro aspecto a considerar es que tanto en la década del 90 como hoy se siguen emitiendo este tipo de programas, lo que implica que somos herederos de una época nefasta, de la cual estamos obligados a tomar distancia. Según Gargurevich (2000), en la década de los noventa surgió mucha controversia al tratar de confundir la información sensacionalista, como por ejemplo, la publicación del 16 de noviembre de 1998 de un diario llamado el Mañanero, cuyo titular decía “gordo Ortiz chapa a Magaly y ella se abre de patas”. Y  la pregunta es ¿Cuál es la noticia y qué importancia tiene para las personas que buscan noticias relevantes? Una noticia relevante podría ser la toma de la residencia del embajador del Japón, en diciembre de 1997, pero no lo que publicaba ese diario chicha. En efecto, el sujeto que recibe la noticia necesita aprender a discriminar entre lo que es realmente una noticia y lo que es el sensacionalismo utilizado por la prensa amarilla. Pues, la noticia viene a ser una información nueva sobre algún acontecimiento que se considera  de mucha importante para su divulgación; en cambio, el sensacionalismo, utilizado por los medios chicha o prensa amarilla,  es una tendencia que busca causar fuerte impresión con noticias  exageradas, desproporcionadas de un acontecimiento real, buscando maquillar la información, supliéndolo por los aspectos secundarios, con el fin de generar el escándalo, el asombro, y finalmente el marketing, lo que desde luego, implica un daño al público consumidor (Gargurevich, 2000). Si asistimos a un escenario en el que los diarios chicha siguen operando en este país, entonces es probable que un buen número de lectores estén siendo objeto de las patrañas de la prensa sensacionalista, aunque luego de haber recuperado la democracia en el 2001,  los escenarios, a diferencia de los 90 en donde se recibía la noticia de pocos medios,  han cambiado gracias al surgimiento de las redes sociales que ayudan mucho en la difusión de distintas ideas; por lo que se les resulta más difícil lograr su cometido.

También es importante considerar que están en pleno uso de su derecho como cualquier ciudadano quienes objeten la idea de que clausurar un medio de comunicación es atentar contra la libertad de prensa en un país democrático, arguyendo que son los televidentes los que deciden qué desean ver, y no necesariamente un ente regulador que tutele sus derechos. Como es de entenderse, no niego que vivamos en un país democrático en donde todos tenemos derecho a la libre expresión sin importar, el sexo, raza, religión… tal como lo establece nuestra carta magna, sin embargo, las malas prácticas de muchos medios de comunicación, como se ha detallado anteriormente, conducen a pensar que deben recibir una sanción ejemplar con el cierre de sus programas, por considerarse lesivos para los oyentes.  Además, si la democracia es entendida como la libertad que tiene un medio para lanzar cualquier tipo de mensajes sin importar sus efectos, es un grave error, ya que para ello están los denominados códigos de ética que orientan y limitan el accionar de quienes dirigen cualquier medio de comunicación. Ahora bien, si ello solo constituye un buen deseo y, por el contrario, aprovechan la ventaja y espacio que tienen para obrar intencionalmente, entonces no hay argumentos válidos para defender el libre funcionamiento.

En conclusión, la idea de clausurar los medios de comunicación de señal abierta considerados lesivos para la mente humana es una medida acertada. En primer lugar, porque el estado está en la obligación de salvaguardar los derechos de los ciudadanos, brindándoles noticias de calidad, opuesto al sensacionalismo injurioso, malsano, interesado solo en rating. En segundo lugar, porque se necesita ir formando personas íntegras, con alto grado de raciocinio y práctica de valores, y no al revés como en los años 90. Además, si los medios de señal abierta son conscientes de que la historia no puede repetirse, entonces deben obrar con sumo cuidado para evitar cualquier tipo de sanción de la que se harían acreedores. Finalmente, lo que queda claro es que si se regula el accionar de los medios de comunicación, a través del marco legal, se estaría avanzando como un país que salvaguarda los derechos de sus ciudadanos, ofreciéndoles programas de mucha utilidad para su formación como persona; lo contrario sería abandonarlos a su libre albedrío que tendría consecuencias lamentables en un periodo no muy lejano.

Cajamarca, junio de 2016


sábado, 5 de marzo de 2016


¿SUBE ARRIBA-BAJA ABAJO?


Para absolver un poco la duda de muchos internautas, les dejo estas líneas. En noviembre del 2013, cuando le hacen la consulta al otrora Presidente de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, si es correcto decir "sube arriba, baja abajo", él contesta que son frases correctas que se pueden usar en el lenguaje oral, mas no en el escrito. Postura que sintoniza claramente con la corriente pragmática: es decir, los enunciados adquieren sentido en contextos reales, no ideales de la lengua. Esto es, si la forma de expresión oral se entiende correctamente y funciona en el contexto, entonces, no hay nada más de discutir respecto a su uso, salvo en la forma escrita.