sábado, 9 de marzo de 2013

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES


                                  




 La otra cara de la moneda
Cada vez que me atrevía a utilizar un adjetivo, vacilando un poco sobre su verdadero sentido, mi abuelita solía repetir el viejo refrán: “Palabra y piedra suelta no tiene vuelta”. Con ello, por lo menos, trataba de mitigar el uso inadecuado de algún término castizo. Hoy, en pleno siglo XXI, momento clave en que a todos nos agrada el avance de la ciencia y la tecnología porque nos "resuelve la ecuación" y nos produce placer, parece que ningún adagio será capaz de detener y hacer reflexionar a un sujeto que se acostumbró a vivir en una sociedad consumista y vehemente por alcanzar el “éxito”.
Por tal razón, me resisto a encender el televisor en mis días de ocio, porque al parecer una densa niebla opaca mis ojos, reduce mi audición, producto de una otitis crónica. Pero otra vez, el noticiero insiste en pasar los titulares más importantes del acontecer nacional e internacional cuyos contenidos se discurren acompañados de una oleada de violencia.
Ante esto, manifiesto una constante preocupación por el inadecuado uso del código lingüístico en la mayoría de los medios de comunicación como radio, televisión, prensa escrita en nuestra ciudad. Lamentablemente, en la mayoría de los casos, el mal llamado “cuarto poder” lanza dardos de todo calibre sin importar quienes son sus oyentes. Así, este se perfila como uno de los entes en donde se corrompe, pisotea y olvida el correcto uso del código, lo que conduce a estropear formas y normas lingüísticas definidas y aceptadas por la comunidad de hablantes. 
Según esta premisa, sería bueno que el comunicador social reflexione sobre los usos expresivos que atañe a su quehacer periodístico.  Esto permitiría que los medios de comunicación social coadyuven, en la formación del oyente, teniendo como premisa que la escuela no lo resuelve todo. Si no habremos de recordar a Luis Jaime Cisneros quien afirmaba que el Perú enfrenta muchos problemas, pero aún tiene solución; aunque todo debe empezar por casa, y si esto se contagia y amalgama con el colegio, se puede avanzar. Pero ¿de qué manera ayudan los medios de comunicación con el uso correcto del idioma? Claro está que a nuestra educación peruana le hace daño el hecho de tener a un sujeto frente a los micrófonos dirigiendo un noticiero en los que se suele escuchar: “hubieron muchos problemas”, sabiendo que lo formal es hubo muchos problemas; trasgevisar, sabiendo que lo correcto es tergiversar. De ser así, razones sobran para decir que dicho sujeto es arrastrado hacia el uso mediático de términos que, a veces, ni él mismo se orienta por su verdadero sentido.
Repito, si estamos pensando que todo comunicador social tiene una gran responsabilidad, al dirigir un programa de radio, televisión o cualquier medio escrito, por lo menos debería preocuparse por reducir sus deficiencias léxicas.
No se me ocurre que podamos continuar con programas que salen al aire, cuyos receptores, en la mayoría de los casos, suelen ser los menos instruidos, blancos de la barbarie de todo tipo.
Claro está que no es lo mismo hablar que escribir. Eh allí el tema en cuestión: el mal uso del idioma lo podemos evidenciar cuando un sujeto se dirige a una audiencia de manera oral. Si este comete errores, el oyente, que no reflexiona ni conoce el uso formal de su idioma asume el término como lo escucha y lo repite ad pederam literae. Distinto ocurre en los medios escritos, aunque es difícil evidenciar un “fe de erratas”, luego de algún lapsus calami.
De hecho, es más difícil escribir bien que hablar bien, porque el sujeto puede mediar un cierto tiempo cuando ve el texto escrito; en ese lapso reflexiona, consulta, ensaya, corrige variantes, etc. Contrariamente ocurre en los mensajes orales. Así, cuando un locutor de radio comete un  lapsus linguae, ya no tiene opción a revertir lo dicho, salvo que se corrija de manera inmediata. En tal sentido, los géneros periodísticos necesitan de profesionales que cumplan con el manejo adecuado del sistema de la lengua, caso contrario, seremos testigos de cómo en las memorias de las grandes masas  van imprimiéndose las deformaciones, las arbitrariedades, la pobreza y la vulgaridad idiomáticas en nuestro castellano.  
En consecuencia, lo que se busca no es  condenar a los medios de comunicación social como deformes, sino de elaborar propuestas que ayuden a eliminar los desperfectos, a fin de ir mejorando su trabajo. Con ello, los radioescuchas y televidentes saldrían gananciosos. Así salta a la vista una necesidad: las escuelas de periodismo tienen que reajustar sus mallas curriculares de modo que obliguen a sus estudiantes a ser los referentes en su carrera; puesto que el cuarto poder se presenta como uno de los grandes maestros de nuestra sociedad en el uso del código, a quienes los oyentes tratamos de imitar.
Mi disentimiento va porque en una ocasión me detuve para detectar algunos errores lingüísticos cometidos por un locutor de radio y televisión local:
“Tuavía estamos en la pelea pa' el mundial…”
"¿Hicistes  una buena jugada…?"
"Hubie­ron desórdenes en el estadio municipal luego del partido entre UTC y…”
“Esperamos que no haiga sorpresas en el banco de Markarián”
Si entendemos que esta es la forma de expresión de algunos locutores en medios poco serios, podremos decir que el televidente no asume una posición crítica, de hacerlo no tendría cómo dejarse oír en ese instante. Por el contrario, se va acostumbrando, y asume las formas como correctas.
Finalmente, reafirmo: “Un diario bien escrito es un buen referente para el aprendizaje de la lengua”. Debemos entender que el lector no se cuestiona al momento de recibir la información, tenga o no escritura correcta, lo asume como tal, porque está más interesado en la noticia que en la forma cómo se lanza el mensaje; sin embargo, algo va quedando en la “grabadora”.
Quizá una buena fuente de consulta para absolver nuestras interrogantes con respecto al uso adecuado del castellano sea el Diccionario panhispánico de dudas o el Diccionario de la Real Academia, herramientas eficaces que contribuyen con el mejoramiento en el  uso del código, ya sea hablado o escrito. Ojalá que los responsables de conducir ciertos programas no hayan olvidado usar estos importantes recursos.
Cajamarca, enero de 2013