Universidad Nacional: ¿rumbo a la investigación científica o salvación a la miseria?
Antes de empezar,
quisiera advertir que esta dilucidación surge teniendo como referente la fugaz
estancia por distintos claustros universitarios nacionales a inicios del
presente siglo; momento de plena dictadura fujimorista, revueltas, muertes,
silenciamiento, “compra de medios”, expropiación de canales de televisión,
entre otros males. Hablo desde un contexto en el que cada estudiante de nivel
superior tiene la responsabilidad y la
obligación de sacar adelante a un país que se resiste a la dictadura, además de
una fuerte crisis académica que a todas luces vapulea a cuanto estudiante
ingenuo y timorato encuentra, producto de un nuevo orden mundial: el
neoliberalismo y la globalización. En ese sentido, si partimos de que el
término universidad se asemeja a universalidad de conocimientos de diversas
materias, investigación y de proyección para enfrentar los retos del presente y
del futuro, aunque este sea desconcertador y nos haga pensar que debemos
mantenernos a la vanguardia y a la espera de no sé qué evento; aun así, también
es cierto que mientras podamos solazarnos de un hermoso día de abril, hay que
adelantarnos a los acontecimientos si queremos sobrevivir ante la eminente vorágine. Además, consciente de que cada
evento viene atizado por el vertiginoso avance científico tecnológico que
termina deshumanizándonos, habría que pensar si quedarnos aquí o emigrar adonde
la oscuridad no termine por enceguecernos más aún. Entonces, se podría estar
pensando que la única forma de superar la enorme tara, que se apoderó de
nosotros desde la época colonial, es contar con un elenco de estudiantes con
espíritu progresista y una excelente formación académica universitaria pública,
a fin de no ser aniquilados, y menos aún caer en una alienación irreversible.
Sin embargo, los actores de la comunidad universitaria pública peruana
atraviesan por una crisis endémica.
Para empezar, no encuentro
consistencia entre lo que ofrece una universidad pública y lo que realmente
recibe un estudiante que necesita enfrentar a un mercado cada vez más exigente
y agresivo en pleno siglo XXI. Bajo este contexto, lo más notorio es que la
mayoría de estudiantes se caracterizan por su estado de pasivismo y dejadez
ante una serie de eventos que van mermando su capacidad de raciocinio. En ese
sentido, si un estudiante con ayuda de sus mentores se forma con ciertas
limitaciones en una determinada disciplina, obviamente, no podrá competir
frente a otros que se adelantaron a la nueva ola, para quienes el contexto les
resulta favorable y halagador. Como era de esperarse, ya en la primera mitad
del siglo XX, José Carlos Mariátegui, de manera implícita, nos advertía que la
tarde sucedería al albor de la Academia o que el Oscurantismo negaría al Renacimiento.
Además, si referimos
al desgobierno del sistema universitario público, sobran razones como para
asumir que si nadie pone orden, todo se desvirtúa, y dios nos libre del
anarquismo. Creo que los jerarcas, al estilo clasista de la edad media, no han
entendido o no quieren entender el verdadero sentido de la educación superior
en el Perú. Para nadie es un secreto que el sistema universitario público ha
venido surtiendo sus bemoles, acompañado de un estado, cuya organización se
muestra como la vedete de la derrota que no hace sino dar vergüenza y lástima.
¿Será acertado decir que el sistema no funciona, porque la estructura bajo la
cual se rige nuestro país tiene deficiencias? Ante esto, es menester ir
urdiendo algún plan de contingencia antes de que el coloso pisotee y machaque
habitaciones completas de guerreras diminutas. Pero si todo está tan claro,
¿por qué no evidenciamos ni la mínima luz en el fondo del túnel sabatesco o en
la caverna de Platón? ¿Habrá que cantar a
todo pulmón -como quien canta el himno “somos libres”- que el sistema
universitario público está en crisis para que se tome alguna decisión? ¿O no es
rentable ocuparse del asunto?
Y otra vez, aparece
el elenco de estudiantes universitarios que se vislumbran como sujetos cuyas
mentes amnésicas fueron adormecidas a causa de los dardos recibidos bajo los
efectos del mundo macondiano neoliberal en donde se quedaron fijadas y no
tuvieron opción de desprenderse. Y por el mismo hecho de haberse lesionado de
manera irreversible, hoy arrastran y llevan como herencia genética ese lastre
que ni siquiera les permite inmutarse por la pesadez del estómago, producto de
toda la inmundicia que recibieron. En consecuencia, solo buscarán un
calificativo que le sea favorable no importa cómo. Pero no se olvide que puede
aparecer alguno que “sabe aprovechar”, y puede, con plena libertad, elegir otra
alternativa: permanecer en la universidad los años que le sea favorable en
términos económicos, “haciendo política”.
Finalmente, después de haber bregado tanto- al estilo don Quijote en la
Cueva de Montesinos- y luego de tanto ajetreo, obtendrá el ansiado diploma que
le sabotea hacia la búsqueda y consecución de un trabajito que le permitirá
sobrevivir y hacer frente a la “sana competencia”. Se infiere, entonces, que
parte de esta población estudiantil muestra, una enorme cicatriz, adherida a la
falta de convicción que avanza de manera geométrica. Así resulta fácil comprender
por qué muchos jóvenes ni siquiera saben por qué están en la universidad, ya
que ingresaron “por obra y gracia del espíritu santo” o por democracia. Esto
nos conduce a hipotetizar la razón de su
descontento y de su constante migración ensayo-error por distintas facultades que
ofrece la universidad, y quienes no logran su objetivo, a regañadientes, se ven
obligados a terminar una carrera que jamás soñaron, o en su defecto la
abandonan para siempre.
Vale la pena
recordar que en tiempos antiguos, cada aprendiz acudía a la casa de la razón en
busca de la verdad, aunque no hayamos comulgado lo mismo sobre el sentido del
término, tampoco podemos negar que la universidad, desde sus orígenes hasta
hoy, ha conservado y gozado de cierta brillantez pese a los grandes cambios de orden
político, cultural: mundo Clásico- Medieval- Renacimiento…siglo XXI. Sin
embargo, creo que la tríada razón, fe y conocimiento, hoy esfuminada, siempre
fue un buen acicate como para pavonearnos de una etapa que- a mi parecer- aún
tiene vigencia si quisiéramos ordenar el asunto. Desde esta perspectiva, se
vislumbra un oscuro porvenir en numerosos sujetos que deambulan por las calles
de las grandes ciudades con un cartapacio bajo la manga en busca de un trabajo
digno, a quienes la universidad los tituló, quizá, sin medir las consecuencias.
Por ahora,
planteémonos otra pregunta: ¿todos los docentes que “selecciona” la universidad
pública cumplen los requisitos mínimos para sacar adelante a este país? Al
respecto, nadie niega la brillantez del lenguaje - pensamiento y dilucidación
con que salta al proscenio la pléyade que se dirige a un auditorio sediento de
aprehender temas novedosos y útiles al mundo que les espera. Opuestamente a
esta evidencia, tampoco es casual enfrentarse, sin razón, con aquellos seudocatedráticos
que lograron acceder a un ambiente universitario, también “por obra y gracia
del espíritu santo”. Estos son quienes amenazan a estudiantes por cualquier
reclamo, enarbolan el catedratismo del que ni siquiera tienen idea; en resumen,
son los encargados de generar el valor agregado de la mediocridad que avanza rápidamente
en estas instituciones que el estado se pavonea de regentar.
Dadas las
circunstancias “académicas”, los estudiantes timoratos dirán: “yo no me meto en
problemas”. ¡Qué genialidad! Es natural
que esto ocurra en un ambiente de silencio, en donde los entes encargados de
hacer justicia han perdido credibilidad. Curiosamente, la puerta sartreana
sigue abierta para estos “catedráticos” que hacen su agosto, mientras los
estudiantes timoratos se mantienen en zozobra y en espera de un octubre que
llega pero sin ningún milagro. Entonces, cabe otra interrogante: ¿Será posible
retomar la triada, o no será necesario en estos tiempos “tan modernos” sin
modernidad?
Pese a todo, se
aguarda una especie de optimismo frente a las últimas medidas sobre la nueva
Ley Universitaria, aunque no creo que cambie mucho el panorama. Si la medida no
prospera, la universidad lamentablemente más se asemejaría a cuatro paredes en
donde se pasa entre cinco y 20 largos años, para luego darnos cuenta que
realmente no hemos aprendido mucho, por una simple razón: la mayoría de cursos
que se recibió no resume la ecuación en estos tiempos de constante cambio. En
tal caso, mantener instituciones académicas acéfalas solo ayudará a promoverlas
como una alternativa de solución para llevar un título bajo el brazo, a fin de
no quedarnos “sin profesión”; y si el diploma es útil, quizá sea como una
alternativa de solución para no morirse de hambre.
Quienes entendemos
la verdadera dimensión del asunto, sentimos la necesidad nostálgica de afirmar
que atrás quedaron los años en que, por ejemplo, un Basadre, un Porras
Barrenechea, un Luis Valcárcel, un Luis
Alberto Sánchez - hoy olvidados- aportaron y lucharon en demasía por su patria,
pese a verla patas arriba, en términos
de Eduardo Galeano. O el hecho de contar con un autodidacta como Mariátegui nos
fortalece más aún, pero somos conscientes de que no los volveremos a ver. Habrá
que seguir alimentando y fortaleciendo los corazones de la esta juventud
imberbe que en algún momento tomará las riendas y será responsable del destino
de este país. Por ahora, debemos confiar en que luego de lograr el
licenciamiento, la acreditación y la certificación, la universidad pública contará
con la infraestructura suficiente, laboratorios de calidad, bibliotecas
actualizadas y conectadas a nivel mundial, ambientes adecuados para la
enseñanza - aprendizaje, profesionales de calidad a la altura de las exigencias
de la sociedad contemporánea con su tan preciada competencia.
Pese a que no veo ni
encuentro, menos aún propongo recetas para levantar la cerviz y reconstruir las
torres gemelas; habrá que tener un poco de paciencia, de sentido común y buena
voluntad para encontrar el horizonte en esta densa humareda. En ese sentido, creo
que la universidad pública debe implementar una serie de medidas urgentes y drásticas
que permitan la obtención de resultados óptimos dentro de un plazo no muy
lejano. Obviamente esto no será un producto gratuito; se necesita a nivel
nacional, en primer término, de autoridades que dejen de ser jefes y se
conviertan en líderes académicos que persuadan a sus equipos de docentes, estudiantiles
y administrativos, que los cambios son necesarios para seguir en carrera, y en
segundo término, conformar un equipo de especialistas con experiencia en
acreditación y certificación para lograr los cambios, caso contrario, habremos
fracasado nuevamente.
En resumen, queda
claro que la mayoría de actores de la comunidad universitaria pública peruana
atraviesan por una crisis endémica. Pese a ello, y aunque no visualicemos claro
el panorama, habrá que confiar en las autoridades competentes, docentes y
alumnos que aún sobreviven dentro los claustros, ya que lo mínimo que se espera
de ellos es que busquen una alternativa de solución en bien de la universidad
pública y del país.