¿SEGUIMOS CON LO MISMO O CAMBIAMOS EL CHIP?
En nuestro país, en la última década, parece que los medios de
comunicación social, sobre todo la televisión, han olvidado cuál es la esencia
de su verdadero quehacer. Es por ello que se ha puesto en tela de juicio el
tipo de programas que emite la televisión peruana, ya que se estaría
violentando el decreto supremo emitido por el gobierno nacional el 15 de julio
de 2004 (Ley 28278). En tal sentido, para muchos televidentes, la programación
televisiva les permite mantenerse informados, distraerse, pasar momentos
agradables en casa junto a la familia; en cambio para otros, dicha programación
lesiona y daña, de manera irreversible, la mente de los niños. Bajo esta
premisa, asumo que la mayoría de programas televisivos nacionales de señal
abierta deforman la mente infantil.
Por una parte, digo esto, porque la televisión peruana emite programas demasiado violentos y de escasa formación cultural. Ahora bien, si un medio de comunicación descuida el aspecto cultural y genera violencia en la emisión de sus programas, naturalmente, tiende a deformar la mente de cualquier niño. Así lo refiere el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos: “la violencia expuesta en la televisión puede conducir a los niños a desarrollar conductas agresivas que duran por mucho tiempo” (Guía infantil, 2000-2013). En efecto, dicha programación orienta a la degeneración humana.
Por una parte, digo esto, porque la televisión peruana emite programas demasiado violentos y de escasa formación cultural. Ahora bien, si un medio de comunicación descuida el aspecto cultural y genera violencia en la emisión de sus programas, naturalmente, tiende a deformar la mente de cualquier niño. Así lo refiere el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos: “la violencia expuesta en la televisión puede conducir a los niños a desarrollar conductas agresivas que duran por mucho tiempo” (Guía infantil, 2000-2013). En efecto, dicha programación orienta a la degeneración humana.
Por otra parte, claro está que la televisión-cuyo origen tuvo
lugar en 1928, gracias a las investigaciones de Logie Baird- no es la caja
tonta como muchos lo han denominado, televisión es un medio de comunicación
social que nos permite recibir las noticias con suma rapidez, generar opinión,
divertir, educar, entretener, entre otras actividades. Sin embargo, pese a las
bondades que puede presentar este medio, vale la pena aseverar que quien
permanece por mucho tiempo viendo televisión tiende a generar adicción y
entorpecer su pensamiento, ya que anula la mayor parte de su capacidad creativa
y reflexiva. En consecuencia, conduce a un adormecimiento cerebral y
deformación de la mente humana.
Asimismo, resulta demasiado generoso advertir y afirmar que el
85% de los programas televisivos no
dudan en apelar a elementos básicos de atracción como sexo, violencia, humor
lleno de jocosidad y sangre. Y bajo el seudoargumento de una aparente
preocupación y denuncia ante situaciones desastrosas se ensalzan con el
sufrimiento de las personas, de la manera más vil. Entonces, ¿cuál es el
impacto que producen los programas televisivos en la formación de los niños y
jóvenes del Perú?, ¿qué es lo que vemos a diario en la TV?, ¿acaso somos
incapaces de levantar la voz y decir basta de tanta podredumbre en las
pantallas?, ¿no podemos dejar presionar el power del control remoto, porque ya
sabemos qué es lo que nos espera en este país en donde todos gritan libertad de
expresión? ¿Este país no tiene salvación?
Además, si partimos de la premisa que “Los servicios de
radiodifusión sonora y de televisión deben contribuir a proteger y respetar los
derechos fundamentales de las personas, así como los valores nacionales que
reconoce la Constitución Política del Perú”, podríamos asumir que la mayoría de
promotores, y por ende los programas televisivos “aplauden” la existencia del artículo
33 de la ley 28278 que versa sobre los principios y valores y que prohíbe la
emisión de cierto tipo de programas que mellan la integridad del ser humano;
menos aún toman en cuenta los artículos 41, 42 y 43 de la misma ley, que
estipula sobre el horario familiar para la emisión de ciertas películas. Según
el panorama, la programación televisiva en el país, a diferencia de
otros países, tiene absoluta libertad para elegir qué ofrecerle al televidente:
chismes peleas, insultos, “concursos”, evidentes actos de racismo, incluso
hasta la muerte, como el caso de Ruth Thalía, que ocurrió luego de que la
susodicha se presentara en un conocido programa televisivo a decir “su verdad”.
Sin embargo, distinto sería si el Estado exigiera a los canales de televisión
que cumplan con la ley como el caso de la televisión cubana, al margen de su
política de estado, en donde la
programación televisiva es netamente cultural, informativa, educativa y
deportiva, orientada a la conservación
de sus valores y los sueños cubanos. De ser el caso, se podría disfrutar de una
programación más sana, comprometida con la educación de su gente, sobre todo de
los niños quienes son el blanco perfecto de muchos antivalores que se propagan
sin ningún reparo.
Ahora bien, para quienes defienden la idea de que la mayoría de
programas televisivos sí cumplen su función al respetar la normativa vigente,
Ley 28278, podrían argüir que ningún sujeto está obligado a ver lo que no le
place; en consecuencia, tiene plena libertad de elegir otras alternativas como
el hecho de adquirir un producto de cable, cuyos beneficios son evidentes. Frente
a ello, no digo que la televisión se haya alejado de sus quehaceres al emitir la
noticia a nivel local, nacional y mundial, aparte de generar la opinión; tampoco
niego la existencia de otras alternativas. Sin embargo, ante los resultados y
evidente propagación de violencia, no existen argumentos válidos; ya que en la programación
televisiva peruana se han descuidado dos aspectos fundamentales: el formativo y
la práctica de valores que permitan integrarnos y hacernos cada vez mejores
ciudadanos. Además, vivir bajo la lupa de un gobierno acéfalo, es natural que
la realidad no cambie mucho, lo que coadyuva a la falta de voluntad de parte de
los promotores de la televisión para presentar programas de corte educativo, porque
perderían rating y dinero. Es más, si hablamos de entretenimiento, el asunto se
agudiza como si fuera una enfermedad crónica, ya que se usa un código que va de
lo coloquial hasta lo vulgar, típico de personas de la baja estofa. Esto se
repite en la mayoría de canales de señal abierta, cuyos programas muestran
contenidos similares, y de los que casi nadie se inmuta, menos aún el Estado.
En síntesis, la mayoría de programas televisivos en el Perú son
lesivos para la mente de los niños. Esta situación se puede evidenciar en el permanente
descuido, que muestran los programas de televisión, en el aspecto cultural y
educativo que les compete según la ley, al estar plagados de violencia, sangre
y muerte; y cuyo fin es el rating y el dinero. Dada esta realidad, se espera,
por un lado, que los promotores de la televisión puedan reflexionar y mejorar
su producción que ofrecen a la ciudadanía; y por otro, ojalá que los televidentes
huyan de esa ceguera que les puede conducir a la estupidez, frente a una
pantalla en donde se lanzan una serie de adjetivos hirientes y chocantes que
van en contra de nuestros principios.